La Naturaleza nos sorprende cada instante con multitud de fenómenos que despiertan nuestra curiosidad. La Ciencia Nuestra de Cada Día es un espacio en el que Ángel Rodríguez Lozano nos incita a mirar a nuestro alrededor y descubrir fenómenos cotidianos que tienen explicación a la luz de la ciencia.
Contar los átomos de un cuerpo humano requiere un esfuerzo considerable porque estamos compuestos por átomos distintos, cada uno de los cuales contribuye con su propia masa atómica al peso corporal. Dado que cada persona tiene un peso diferente y por lo tanto distinto número de átomos, vamos a tomar como referencia a una persona concreta. Una vez obtenido ese valor, una simple operación matemática nos permitirá estimar cuántos átomos forman nuestros propios cuerpos. Desintegrar a una persona en sus átomos constituyentes puede resultar bastante doloroso, así que hemos escogido como referencia a una persona fallecida: el genio del pop, Michael Jackson. Para hacer el cálculo más ameno, ponemos algunas de sus canciones como fondo musical.
Podríamos pensar que nuestra edad es la misma que la edad de nuestras células, pero no es así. En nuestros cuerpos hay células de muy distintos tipos y cada uno de ellos tiene un periodo de vida diferente. ¿Cómo se calcula la edad de una célula? La respuesta es sorprendente porque Para conocer cuánto vive un tipo de células de nuestro cuerpo los científicos utilizan métodos que conectan la biología con las explosiones de las bombas atómicas que se probaron en la atmósfera durante los años de la Guerra Fría. La Ciencia es una caja de sorpresas.
Hace unos días, paseando por el campo, me detuve a disfrutar del paisaje. Ante mis ojos se ofrecía la tierra desnuda, salpicada en algunos puntos por el reflejo del agua de un riachuelo y las montañas lejanas. Elevé la vista y, más arriba, las nubes formaban una cubierta gris que se alejaba también hasta juntarse con la tierra, allá en el horizonte. Entre ambas, una extensa región de aire transparente separaba la tierra y del mar de nubes. Tierra, aire y nubes, un sándwich natural al que estamos acostumbrados. Pero ¿por qué es así? ¿qué razón obliga a las nubes a estar allí a lo alto, desplegadas como un inmenso paraguas? Una nube puede contener mucha agua, si es así, ¿por qué no cae por su propio peso? ¿cuánta agua puede contener una nube? Hoy respondemos a estas preguntas en “La Ciencia Nuestra de Cada Día”.
Si os habéis parado a mirar la Luna durante varias noches y días, habréis visto que, independientemente de la porción iluminada por el Sol, que da lugar a las fases lunares, nuestro satélite siempre muestra la misma superficie. Observada con unos prismáticos o con un telescopio, están siempre a la vista los mismos cráteres, los mismos mares lunares, incluso, si la miramos a simple vista, nos muestra siempre “la misma cara”. No obstante, esa observación no es del todo exacta, la Luna, debido a un conjunto de fenómenos ligados a sus movimientos de rotación y traslación alrededor de la Tierra, denominados “libraciones”, nos ofrecen la oportunidad de ver más de la mitad de su superficie, concretamente el 59%. Angel Rodríguez Lozano explica el porqué en este episodio de La Ciencia Nuestra de Cada Día
La madrugada del 12 al 13 de agosto será ideal para disfrutar de un espectáculo astronómico excitante: la lluvia de estrellas fugaces de las Perseidas. Una estrella fugaz es una mota de polvo de tamaño de un grano de arena que penetra en la atmósfera terrestre a velocidades increíbles, si se trata de una Perseida, se internará a 60 km/s. Esa mota de polvo, antes de convertirse en estrella fugaz ha tenido una vida azarosa. Tuvo su origen en un cuerpo del tamaño de una enorme montaña de unos 26 kilómetros de ancho que los seres humanos han denominado con los nombres de sus descubridores Swift-Tuttle. Hoy contamos la historia.
La pregunta de hoy está basada en una historia que tuvo su origen en 1963, en Magamba Secondary School, en la ciudad de Tanga, Tanzania. Allí, algunos alumnos acostumbraban a hacer helados y, para ello, hervían leche, le añadían azúcar y esperaban a que la mezcla se enfriara a temperatura ambiente antes de ponerla en el congelador del frigorífico. Un día, el estudiante de tercer curso Erasto Mpemba, descubrió, por casualidad, que si ponía la leche hirviendo directamente en el congelador, en lugar de esperar a que se enfriara, se congelaba más rápido que la leche fría. Preguntó el por qué a sus profesores, pero no le hicieron caso. Hasta que Denis Osborne, profesor de física en el University College de Dar es Salaam, visitó el colegio y escuchó la pregunta. Osborne realizó los primeros experimentos encaminados a explicar lo que ahora es conocido como “Efecto Mpemba”.
Hace unos días un amigo me preguntó: ¿Qué pesa más un kilo de madera o un kilo de hierro? Yo respondí convencido que pesan lo mismo, pero él me respondió que no ¿Es verdad eso? Ésta es la pregunta típica que se utiliza para cazar a los incautos que responden sin pensar “un kilo de hierro, porque le hierro pesa más” y a raíz de la respuesta se produce la carcajada general porque, al fin y al cabo, un kilogramo es un kilogramo independientemente de lo que estemos pesando. Aunque… bien pensado… tal vez la respuesta no sea ninguna de las dos. Os invito a escucharlo en este capítulo de la Ciencia Nuestra de Cada Día.
Solemos pensar que el bostezo es un signo inequívoco de cansancio, sueño o aburrimiento, sin embargo se ha comprobado que muchas personas bostezan cuando se encuentran ante una situación de estrés: bostezan los atletas momentos antes de entrar en competición, los oradores antes de dar su charla y los músicos en los momentos previos a un concierto. Si a lo dicho añadimos el hecho comprobado de que el bostezo en grupo es contagioso, no es de extrañar que la causa sea objeto de activa investigación desde tiempos remotos. Hoy les contamos por qué bostezamos y las razones de su contagio.
El arcoíris nace del juego entre tres actores principales: el Sol, las gotas de agua y nuestros ojos. No existe un único arcoíris sino tantos como personas lo observan porque, aunque todos estemos aparentemente mirando al mismo, cada uno de nosotros ve un arcoíris diferente. Al observar detenidamiente el arcoíris podemos descubrir multitud de facetas en él, como ya hemos comentado en otros programas de La Ciencia Nuestra de Cada Día: el arco secundario, la zona oscura de Alejandro o los arcos supernumerarios. Hoy explicamos los aspectos más primarios del fenómeno: ¿Por qué el arcoíris es un arco? ¿Podemos verlo en forma de circunferencia completa? ¿Se puede generar el arcoíris sin nubes que aparentemente proporcionen las gotas de agua de lluvia?
Disculpen ustedes la exclamación pero, como habrán imaginado ya, estoy resfriado. Razón más que suficiente para preguntarnos por la utilidad de esos efluvios nasales que corren en abundancia entre toses y estornudos. La respuesta comienza con la historia de un descubrimiento que hizo Alexander Fleming cuando investigaba con sus propios mocos. Hablamos de la composición de las secreciones nasales, de la utilidad de algunos de sus componentes como protectores de bacterias y virus e, incluso, de la posible ventaja inmunológica que podrían tener los niños que se hurgan en la nariz. No todo es malo en los mocos.
Una de las ventajas de ser niño es que, si a uno le gusta experimentar, no duda en hacerlo. Eso me sucedió a mí, a los 12 años, en la casa de mis padres. Yo estaba sentado al calor del brasero que ardía bajo la mesa-camilla cuando mi gato, Serafín, saltó hábilmente a mi regazo, como hacía siempre, y comenzó a ronronear. Yo había oído decir que los gatos siempre caen de pie y decidí aprovechar la ocasión para comprobarlo. Con caricias conseguí que se pusiera panza arriba, luego, con mucho cuidado, lo levanté sujetándolo por las patas delanteras y traseras con ambas manos, me puse de pie y lo solté desde lo alto. Fue una fracción de segundo lo que tardó en llegar al suelo pero, cuando lo hizo, se había dado la vuelta en el aire y aterrizó, seguro, sobre sus patas. Un físico eminente me comentó una vez que eso podría violar un principio fundamental de la física: La conservación del momento angular. Hoy demostramos que no, con la ayuda de Serafín, de una patinadora y de un ratón.
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