En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercaremos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Habrá de todo como en botica; historias de la biología, diversas en contenido y extensión aunque amarradas por esa grandiosa idea de la evolución.
Las neuronas se comunican entre ellas mediante impulsos eléctricos producidos por las reacciones químicas que ocurren en las uniones y terminaciones neuronales. Esas reacciones liberan iones, de potasio o sodio que son transportados por los llamados canales, canales iónicos que se encargan de su conducción. Un estudio reciente, realizado por neurocientíficos del MIT, ha comprobado que los humanos tenemos una gran diferencia con el resto de animales: el número de nuestros canales iónicos es considerablemente menor. Las neuronas humanas, con sus propiedades fijadas por la evolución son únicas y diferentes. Los neurocientíficos creen que esa densidad menor sería la forma escogida por la evolución para gastar menos energía bombeando iones, lo que le permite al cerebro usar esa energía ahorrada en algo mejor, como crear mayor número de conexiones, sinapsis, entre las neuronas o hacer que los potenciales de acción se sucedan en una proporción mayor.
¿A quién no le gusta una historia? Las que leemos o escuchamos han sido elaboradas para que exista una secuencia, un hilo conductor que amarra las ideas y que les da fluidez y coherencia. Pero en nuestro día a día eso no ocurre. Las cosas suceden con interrupciones, con saltos entre un hecho y otro. Sin embargo, a la hora de recordar y contárselas a otros, lo hacemos mejor si editamos los hechos para darles esa coherencia. Y el que lo hace en nuestro cerebro es el hipocampo, el que conecta hechos distantes, separados, en una narrativa única. Por eso los científicos lo han llamado “el contador de historias”. Usando la Resonancia Magnética funcional (RMf), investigadores del Centro de Neurociencia de la Universidad de California, en Davis, rastrearon las imágenes del hipocampo de voluntarios mientras escuchaban y luego recordaban una serie de historias cortas. Se recordaron siempre mejor las historias que tenían coherencia narrativa.
Nuestro sistema olfativo usa más del 5% de las células del cerebro y nos capacita para diferenciar entre millones de olores diferentes; una gran cantidad de ellos asociada a un riesgo para nuestra salud y bienestar, como el de alimentos descompuestos. Nuestra respuesta a olores desagradables se había pensado como un proceso cognitivo consciente, que los asocia con posibles peligros. Sin embargo, un estudio reciente realizado por investigadores del Instituto Karolinska, señala que es un proceso inconsciente y extremadamente rápido. Los investigadores desarrollaron un método que les permitió medir las señales del bulbo olfatorio humano que procesan el olor y emiten impulsos que se transmiten a las partes del cuerpo que controlan el movimiento. Sus resultados están basados en tres experimentos en los que los participantes tuvieron que valorar sus experiencias con seis olores diferentes, unos agradables, otros no, mientras la actividad electro fisiológica del bulbo olfatorio, en forma de una respuesta a cada olor, se cuantificaba.
¿Somos los humanos tan únicos y diferentes de nuestros parientes en la evolución, como los neandertales y los chimpancés? Un estudio reciente, realizado por investigadores de la Universidad de Washington y el primero que busca encontrar diferencias que ha fijado la evolución a nivel de los genes, indica que existen 267 genes exclusivos de los humanos. El estudio indica, además, que las mayores diferencias entre los genes de chimpancés, neandertales y humanos se dan en las regiones que regulan la expresión de los genes y no en las que contienen la información para fabricar proteínas. Se postula que esos genes que marcan la diferencia podrían ser los responsables de características como la creatividad, la conciencia o la cooperación.
Los científicos que le siguen la pista al virus, epidemiólogos, genetistas, virólogos, señalan que puede haber tres posibles futuros para el coronavirus. El primero, y el más optimista para nosotros, es que el virus no pueda eludir la acción de las vacunas. Una segunda posibilidad es que el virus logre evadir parcialmente las defensas inmunitarias generadas por las vacunas, pero que, al hacerlo, pague un precio alto: volverse menos infeccioso o letal. La tercera puede presentar un futuro más oscuro. Si el virus acumula mutaciones que le faciliten evadir la inmunidad sin sufrir una reducción considerable en su capacidad de transmisión y su letalidad, se dará un preocupante cambio evolutivo en su biología. Pero, ni aún así, el escenario es asustador. Estamos en una posición afortunada, es posible modificar de forma rápida nuestras vacunas, aunque el problema serio vendrá al momento de hacerla llegar a millones de brazos, un esfuerzo colosal si consideramos que ni siquiera se ha logrado vacunar a una décima parte de la población mundial con las vacunas que ya tenemos.
En 1998 el biólogo Richard Lenski, inició un experimento que habría de durar 33 años y sería un estudio ejemplar de la evolución. Lo que hizo fue dividir una población inicial de la conocida bacteria E coli y dividirla en doce tubos de cultivo con los debidos nutrientes; los mantuvo a 37 grados centígrados y cada día tomaba siete gotas y las transfería a doce nuevos frascos. El estudio le permitió a Lenski, tener en sus manos 70.000 generaciones de la bacteria. Generación tras generación las bacterias fueron evolucionando. En una ocasión observó que uno de los tubos estaba inusualmente turbio, indicación de que la población bacteriana había aumentado muchísimo más. El análisis del medio de cultivo reveló que, en lugar de la glucosa de siempre, esas bacterias se estaban alimentando de otro elemento, un citrato, que les potenciaba el crecimiento. Nunca más se repitió el fenómeno. Se lo llamó “momento citrato”.
Inmunólogos de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington, en Missouri, han estudiado lo que llaman el vigor de las células B. Para ello tomaron muestras de los lóbulos linfáticos de personas vacunadas. Lo que encontraron fue una maravilla: células B pequeñitas, aún sin entrenar, agrupadas en lo que llamaron centros germinales. Las células B en estos centros mutan sus genes al azar, creando un set entero de nuevos anticuerpos. Esas células, que producen el mejor repertorio de anticuerpos, se embarcan en un proceso evolutivo que aumenta la habilidad del sistema inmunitario para atacar cualquier variante que pueda aparecer eventualmente. Los investigadores inicialmente describieron que esos centros germinales persistían por hasta 15 semanas después de la inmunización con las vacunas hechas con el ARN mensajero, mucho más tiempo que el observado jamás con las vacunas que usan las anteriores tecnologías y para otras enfermedades. Para su sorpresa, pasados seis meses, los campos de entrenamiento seguían andando.
El beneficio de usar medicamentos para aliviar la esquizofrenia o el desorden bipolar es enorme. Los pacientes que usan medicamentos antipsicóticos necesitan tomarlos en forma oral o en inyecciones; las medicinas deben pasar primero por el cuerpo en su camino, vía el torrente sanguíneo, al cerebro. Sin embargo, estos medicamentos pueden producir efectos secundarios y requieren que los afectados los tomen a diario, incluso varias veces al día ¿Sería posible suprimir los indeseables efectos secundarios y encima aumentar la eficacia del medicamento? Pues justo eso es lo que han logrado científicos usando la bioingeniería. El resultado es un spray nasal que entrega las medicinas directamente en el cerebro.
Es incontable el número de científicos que están por detrás del desarrollo de las actuales vacunas contra el coronavirus. Sin embargo, queremos destacar el trabajo de Katalin Karikó una investigadora nacida en Hungría, hija de un carnicero, que tras completar sus estudios de microbiología y al conseguir su doctorado, decidió volar a Estados Unidos con su esposo y su hija de dos años con el poquísimo dinero que lograron juntar vendiendo todo lo que tenían, cosido dentro de un oso de peluche. Tras muchísimos inconvenientes, logró un trabajo como investigadora en la Universidad de Pensilvania, pero al no tener los apoyos suficientes, pasaba de un laboratorio a otro, buscando siempre mejorar y mantenerse trabajando en lo único que le importaba: demostrar que el ARN podía usarse para tratar un puñado de enfermedades. Su trabajo, pionero y nada convencional está detrás de la creación de las dos vacunas más novedosas de la historia.
¿Qué tan diferentes son los cerebros de hombres y mujeres? La pregunta se ha hecho durante años, con respuestas que siempre habían sesgado la historia, afirmando que por supuesto lo son y mucho, con la idea de que las desigualdades entre los sexos residían en un cerebro masculino mayor y mejor equipado.
Un nuevo estudio liderado por la neurocientífica Lise Eliot de la Rosalind Franklin University es el primero en resumir una investigación de rangos tan amplios en un único mega análisis. Y la respuesta es: las diferencias son nada.
Una de las soluciones más a la mano en un futuro cercano para aplacar los efectos devastadores de las sequías, podría ser incrementar la fotosíntesis de las plantas y así aumentar el rendimiento de las cosechas. Un alga que contiene una proteína que aumenta la fotosíntesis y el crecimiento de las plantas, se ha incorporado a las del tabaco. Las plantas resultantes tuvieron la habilidad para convertir la energía de la luz en energía química aumentada de forma considerable. Para sorpresa de los investigadores, las plantas además necesitaron mucha menos agua para su alto rendimiento. Este avance apunta a una forma de manejar los tiempos de sequía y sus devastadoras consecuencias, en un futuro cada vez más cercano.
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