En el sábado de la tercera semana de Cuaresma, la liturgia nos presenta la parábola del publicano y el fariseo. No nos acostumbremos al pecado, ni el nuestro ni al de los demás: al reconocerlo, nos llenamos de deseos de desagravio, y atraemos la gracia de Dios.

Los discípulos, en la barca durante una fuerte tempestad, se manifiestan temerosos. Jesús les reprende su falta de fe. El modo de consolar el Corazón de Cristo es vivir plenamente inmersos en la fe.

Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos. Pero para los elegidos, Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios. ¿Lo comprendemos nosotros así?

En el Crucificado leemos el amor en su forma más radical. Cada Misa es actualizar ese derroche de amor y de dolor.

Dirige tu mirada en este tiempo de penitencia y oración a Cristo crucificado, que muriendo en el Calvario te ha revelado el amor de Dios. ¿Puedes seguir dudando de ese amor?

María nos da ejemplo pleno de cómo amar la Voluntad del Padre celestial. La aceptación del proyecto divino, con total unidad con ese designio, es la clave de la santidad.

A una semana del Jueves Santo, meditar la institución de la Eucaristía. Ahí Jesús adelanta la entrega cruenta del día siguiente. ¿Cómo corresponder a un Amor que llega a tal entrega?

Jesús parte el pan en la Última Cena, y hoy seguimos repitiendo su gesto en cada Misa. En el sonido del partir el pan eucarístico entendemos la donación de Jesús y la invitación a ser nosotros también pan partido.

Viendo al crucificado, herido por nuestros pecados, aprendemos a permanecer junto a la Cruz. Aprende cómo Jesús da su vida por ti, traspasado por ti, y saca consecuencias: darle la vida.

En la semana previa a la Santa, asumimos en el alma el misterio de la Pasión de Cristo. La invitación es a beber su Sangre y a meternos en sus Llagas. Así de inmenso es el deseo de Jesús para que nos unamos a Él.

¡Si conocieras el don de Dios…! Si conociéramos… lo que pasa en la Santa Misa, lo que implica el misterio de la Eucaristía… sueña y te quedarás corto. Pero no vayamos solos a estos prodigios, sino desde el corazón de María, desde su fe, desde su ternura, desde su sentir.